Carta a los muchachos de la Ciudad de los Niños - Laura Casasa - TicoVisión
Escrito en 03/07/10 a 09:45:59 GMT-06:00 Por Administrador
Opinión-Análisis

Carta a los muchachos de la Ciudad de los Niños - Laura Casasa - TicoVisión


3 de Julio de 2010
TicoVisión
Por Laura Casasa
Redacción

Redacción.- 
El 20 de abril del 2010, me invitaron en calidad de escritora a la Ciudad de los Niños. En su sitio web escriben:

“El 1 de junio de 1965 la provincia se hizo cargo de la Ciudad de los Niños, una institución benéfica creada por una ley del 1958 y dirigida desde 1962 por el padre Luis Madina, agustino asuncionista. Acoge a niños abandonados a partirde los 7 años, les proporciona instrucción primaria y formación profesional hasta los 18 y luego se encarga de conseguirles trabajo. En 1965 la institución atravesaba momentos difíciles. Los recoletos la ampliaron y le dieron nueva vida, saneando su economía y reanudando sus contactos con el mundo político-social de la nación. Llegó a alojar más de 210 niños. Actualmente atiende a unos 150 –125 internos y 25 externos–, a quienes procura dar una formación humana, cristiana y técnica, con especialización en ebanistería, mecánica, soldadura, informática y artesanías. Para ello cuenta con talleres de ebanistería, soldadura, mecánica de precisión y electricidad. A partir del 1979, año internacional del niño, la comunidad impulsó la creación de albergues, dentro y fuera de la ciudad, en los que grupos de niños pudieran convivir al calor de una familia. Actualmente la mitad de los niños vive en 13 albergues. Está financiada por el gobierno, el fruto de su trabajo y ayudas que la comunidad consigue de bienhechores nativos y extranjeros.”

La actividad fue hermosa y conmovedora. Me emocionó estar ahí como escritora y ver a estos muchachos, que son altamente disciplinados, involucrados totalmente con las historias y experiencias que compartimos ahí. Estuvimos Dunia Solano, presidenta de la Cámara Costarricense del Libro, Ricardo Destarac, director del programa Robin de Fomento de la Lectura, los poetas Minor Arias y Henry López, y yo. El organizador de la actividad fue el profesor y amigo, Andrés de Muller.

A raíz de ese evento, escribí este texto para los muchachos, que resume lo que comenté en aquel momento.


Carta abierta a los muchachos de la Ciudad de los Niños

¡Hola chicos!

Espero que estén bien.

Estuve por primera vez en la Ciudad de los Niños el día 20 de abril de este año. Me sorprendió mucho lo disciplinados y responsables que son y la seriedad con la que presenciaron nuestra participación en el coloquio organizado por el profesor Andrés de Muller.

Me sentí muy feliz de poder estar ahí con ustedes en calidad de escritora: escritora es la palabra que resume mi vida y que deseo que me acompañe hasta que sea una viejita y me muera.

Recuerdo que cuando estaba en cuarto año del colegio, nuestra profesora guía nos pidió que hiciéramos una exposición sobre la profesión que queríamos tener. Yo entrevisté a Mía Gallegos, que es escritora y que era la mamá de una compañera que se llama Marcela. Mi exposición era sobre ser escritora. Creo que toda mi vida es lo único que he soñado y lo único que me da significado.

Una amiga, Karla Sterloff, me dijo un día que una escribe para ser; que igual que los pájaros que cantan para ser pájaros, una escribe para ser una. Es decir, si no escribiera, negaría quién soy y traicionaría lo único que significa algo realmente importante en mi vida.

Sin embargo, escribir no ha sido tan fácil. Durante mucho tiempo he estado sin escribir nada. He tenido lo que se llama el “bloqueo del escritor”. Algunos dicen que este bloqueo viene cuando oprimimos nuestro espíritu, cuando nos criticamos demasiado. Yo creo que debe ser cierto: me exijo demasiado y me critico aún más. ¡Soy un poco dura conmigo misma!

Para escribir, hay que dejar de lado la voz que a las tres palabras te dice que tirés tu papel a la basura, que nadie va a leer lo que estás escribiendo o que comenzaste mal. No les digo que he logrado callar esa voz malévola: no lo he logrado, pero estoy tratando. Recuerdo que Ray Bradbury (si no lo conocen, léanlo; es un escritor fabuloso de ciencia ficción) decía que cuando salió de la universidad decidió escribir un cuento por semana, porque solo el trabajo constante haría que se desempolvaran los viejos trastos de su mente y que de entre las muchas cosas malas que escribiera, probablemente saldría una buena. Así que yo me encuentro como Bradbury: estoy tratando de romper mis ataduras y bloqueos y de escribir con cierta disciplina.

La disciplina es otro tema. Creo que si de verdad una persona quiere ser una escritora profesional, definitivamente debe tener disciplina. No sirve escribir un día y luego escribir otra vez a los dos meses. Es como hacer ejercicio para lucir mejor y estar saludable: si querés resultados, el esfuerzo debe ser sostenido y constante. A lo largo de los años, me he convencido de eso.

Las publicaciones que he logrado hacer han sido obra del tiempo, de la necedad (y la necesidad) y de la certeza de que debía seguir el camino de mi vida. Tuve la suerte de conocer al dueño de Uruk Editores, don Oscar Castillo, que me abrió las puertas de su editorial y me dio la mano para publicar con él el libro Los niños muertos. A veces me salta la idea de que me voy a morir. Cuando fui a ver a don Oscar había pensado que si me muriera en ese momento y no tuviera al menos un libro publicado en mis manos, me hubiera ido de este mundo sin lograr lo que realmente significaba algo en mi vida. ¡No los quiero asustar con ese pensamiento tan lúgubre! En realidad, lo que trato de decirles es que el tiempo es lo único que tenemos y hay que hacer con él lo mejor. También trato de decirles que es difícil ubicar en una misma línea los sueños, la realidad y el trabajo cotidiano y eso es lo que traté de hacer desde el año pasado.

¿Quién me abrió las puertas de la literatura? De eso son culpables tres mujeres: mi madre, Gabriela, que es una literata apasionada; mi abuela Irma, que era una contadora de historias, una bruja maga, una creadora de palabras; y mi maestra de la escuela, la niña Flory, a quien le debo el haber aprendido a recitar y a conocer la poesía desde mi infancia. Mi mamá nos abrió la puerta del amor a la literatura y mi abuela me enseñó a leer y escribir antes de los cinco años. Gracias a la niña Flory, todavía puedo recitar completa la poesía A Margarita de Bayle, de Rubén Darío, y algunos trozos del Romance de las carretas.

La literatura es para apasionarse por ella, para sentarse en un sillón y no poderse levantar; para que le chorreen a uno las palabras por la boca, como si fuera un helado de vainilla de la Pops. La literatura es para comérsela y chuparse los dedos, las palmas de las manos. Si sienten eso con ella, traten de no perderlo.

A los chicos que me enseñaron sus textos luego de la actividad, escriban y escriban. Pongan en el papel todo lo que piensan y lean todo lo que puedan. A todos, los felicito por estar en el cole, por seguir allí a pesar del cansancio o del tedio. A todos, los admiro enormemente, porque me parecieron personas luminosas, llenas de valor y de vidas que van a ser buenas.

Les envío un abrazo en la distancia y les prometo pasar a visitarlos en los próximos meses, antes de que acabe el año.

Un beso.

Laura.


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