13 de febrero de 2013.-   El Papa Benedicto XVI fue electo como un Papa de transición, por ello fue escogido a pesar de su avanzada edad, después de la muerte de Juan Pablo II. Lo lógico era esperar un fallecimiento a corto o mediano plazo; sin embargo, Benedicto XVI ha gozado de una excelente salud.

No obstante, el avanzar de los años va mermando las facultades físicas del ser humano, y los Papas de esta era ya no son “sedentarios” de la silla vaticana y requieren de facilidad para realizar los viajes a los distintos países que la Santa Sede considera deben ser visitados dependiendo de la fortaleza o debilidad que la Religión Católica tenga en esos países. Práctica que justamente instituyó Juan Pablo II y por lo cual llegó a ser llamado “El Papa Viajero”.

Desde hace un año, más o menos, he venido observando una merma en varios aspectos de Benedicto XVI. Su voz se venía atenuando en sus mensajes; su caminar se venía haciendo más lento y sus expresiones faciales venían denotando la incomodidad de los años; por ello, no veo nada extraño en su renuncia que dé cabida a las especulaciones que vengo escuchando y leyendo en los diferentes medios de comunicación referente a posibles presiones de diferente índole.

El Papa está cansado, ya no siente la capacidad y la resistencia para el trajín papal de nuestros tiempos, y a diferencia de otros que se recluían a esperar su muerte y sin dar explicaciones, este es un Papa inteligente y franco, que prefirió aceptar públicamente su debilidad y retirarse como cualquier mortal que se jubila de su profesión.