Fidel Castro felicita a su hermano Raúl por la “hazaña” de haberse dirigido al Presidente de los Estados Unidos para decirle, I am Castro y calla la cortesía de Barack al contestar el saludo. Y no podía ser de otra forma ya que se encontraban en el homenaje mundial al gigante de Africa, al gigante del mundo, el mil veces héroe Nelson Mandela.

Cuba se mueve hacia la derecha de centro, o hacia la izquierda de centro, agobiada por el peso de la incomprensión y hastiada de la miseria de todos los días, con los ojos de sus habitantes puestos en Copelia, la de los 250 sabores de sorbetes, orgullo de la otrora progresista y rica nación, vanguardia del desarrollo y joya del reino del Caribe, con su mar turquesa y sus playas de arenas blancas. Sus habitantes se cansaron de ver comer y se están enfilando para entrar al banquete de la abundancia, al volante de sus Hondas y Cadillacs del siglo XXI, con dólares en el bolsillo y perdón en sus almas.

Si hay algo positivo en la odiada revolución comunista de los Castro, es la comprobación, después de 53 años de amarguras, de saber que el comunismo es la negación total de toda posibilidad de vida. Hasta Fidel, en medio de su soberbia caduca, lo acepta.

Cuba marcha hacia la democracia después de 53 años de tragedia, forzada por la insistencia de cubanos como la bloguera Yoani Sánchez que le hizo comprender a los Castro que las atrocidades de la Isla estaban saliendo al mundo y que ellos no lo pueden impedir, como el joven boxeador con calidad de campeón mundial, o el joven pelotero capacitado para ser un bigleager de los mulos de Manhattan. Castro comprendió que el cubano volvió a descubrir el valor del dinero y la diferencia de vivir en una sociedad paupérrima y en una desarrollada y tiene que aceptar la gran derrota del comunismo como sistema de vida. El castrismo está cerca de su fin y Cuba cerca de su renacimiento.