indagar los tiempos, que serían largos. A nuestra casa llegó el funcionario de Tierras que nos había atendido y nos dijo que las cosas podrían moverse rápidamente, si le dábamos un millón de colones. Lo echamos de la casa. A la oficina del ministro Bernardo Arce nos presentamos a denunciar al funcionario. Eran los tiempos de José María Figueres. Arce, que no se escandalizó, nos propuso un mecanismo de pago del soborno que permitiera agarrar al funcionario corrupto. Le aseguramos nuestra plena disposición a ayudar. Quedó de comunicarse. Nunca lo hizo.

Cuento esto porque puede ayudar a convencer, a los que aún dudan, del grado de descomposición moral en que el país se encuentra, y que de arriba hacia abajo ha penetrado la sociedad.

Cuando los funcionarios, los empresarios y la ciudadanía en general, entienden que todo se vale, que todo cabe, que siempre el que comete pillerías se sale con la suya, estamos ante un cuadro fatal que de no enmendarse nos llevará al fracaso como sociedad y a conflictos dolorosos. Cuando el dinero y los bienes materiales los convertimos en suprema aspiración, y dejamos de lado los valores de la honestidad y la solidaridad, vamos a paso rápido hacia el desastre. Detrás del abrumador triunfo electoral de Luis Guillermo Solís, está en primer lugar el rechazo de este pueblo a esas conductas. Que los gobernantes no lo olviden, y que no tiemblen las piernas a la hora de cortar por lo sano, sea quién sea el delincuente.