Años después me encontré con Abraham que venía de graduarse en México. Y me habló largamente de su angustia por lo que pasaba en Israel. Había aprendido, decía él, que los gobiernos israelitas dominados por la ideología sionista, se habían lanzado a expandir sus territorios y que maltrataban y abusaban de los palestinos, y que eso a él lo mortificaba puesto que así nunca habría paz y convivencia, sino odios y venganzas, y que él que había pensado en emigrar allá, ya no lo haría. Luego me enteré que se había suicidado. Nunca supe porque.

Traigo esto a colación, porque lo que sucede actualmente en Tierra Santa, cómo para los cristianos se llaman esas tierras, ha provocado una explosión de odios y exageraciones contra los judíos. Se les hace responsable a todos, de lo que es responsabilidad de algunos. A todo un pueblo se le acusa, y eso es equivocado. Muchos judíos se han manifestado en Israel y en muchos otros lugares contra la política agresiva del sionismo. Es cierto que la mayoría de los israelitas respaldan su gobierno, se les ha sembrado desde niños ideas de superioridad y de desprecio por sus vecinos, se les han inculcado miedos y peligros, se les ha instrumentalizado.

Si alguna comparación histórica cabe hacer con otro pueblo, hay que pensar en el pueblo alemán que fue víctima de manejos parecidos, y que apoyaba mayoritariamente al nazismo.

Abraham lo entendió, porque tuvo la información y las luces para hacerlo. Que judíos y palestinos puedan convivir en paz uno junto al otro, y es que no hay otra salida, pasa por que los extremismos sean derrotados, tanto el sionismo expansionista cómo los rencores y afanes de venganza entre los palestinos. Si algo podemos hacer para que esto se entienda, hagámoslo.