El drama de los emigrantes - TicoVisión |
Escrito en 17/11/10 a 04:49:07 GMT-06:00 Por Administrador |
17 de Noviembre de 2010 TicoVisión Fuente:Periodismo Humano
En 1943, José Reyes Contreras tenía 19 años. Ahora, a sus 86 aprieta los ojos al contar que tan jóven estaba cuando cruzó por primera vez la frontera de EEUU. Era huérfano de padre y el mayor de cinco hermanos. Su madre trabajaba en una hacienda de caciques en una comunidad rural de Zacatecas, en el centrooccidente de México. Ante la falta de recursos y las pocas oportunidades que ofrecía el campo Contreras decidió alistarse en el Mexican Farm Labor Program, un acuerdo laboral temporal para que campesinos mexicanos fuesen a trabajar a la Unión Americana. Este convenio informalmente conocido como Programa Bracero, había iniciado un año antes, en 1942, ante la escasez de mano de obra en los EEUU, volcados en la II Guerra Mundial, para conseguir mano de obra barata y especializada en el campo. Primero se ciñó a traer campesinos mexicanos a cultivar y cosechar azúcar en las plantaciones de California, pero el programa pronto se extendió y cubrió otras regiones y labores. Contreras recuerda como al principio no le querían aceptar porque “estaba muy taponudo”, tal y como le espetó el funcionario mexicano que se encargaba de recluir a los trabajadores, pero un diputado intercedió por él, y lo agarraron. “La primera vez que fui estuve seis años seguidos haciendo de todo. Primero en el traque -la construcción de las vías del ferrocarril-, luego recogiendo hortalizas, de regador, en la cosecha del algodón,… hasta nos pusieron a desinfectar botas y ropa de los gringos muertitos en la guerra”, relata. “Había semanas que descansábamos el domingo, otras trabajábamos todos los días, luego nos dijeron que nos iban a mandar a la Guerra, quedamos a reserva del Escuadrón 201, como soldados de retaguardia, por suerte no nos mandaron”, continua mientras recuerda como se encomendaron a la Virgen de Guadalupe por si acaso. Eran los albores de la II Guerra Mundial, y mientras miles de mexicanos se deslomaban en un país cuyos locales se habían volcado en la industria de la guerra, otro contingente de mexicanos, esta vez soldados que conformaban el Escuadrón 201, volaban como anexo de la Fuerza Aérea del Ejército de los EE.UU. en la liberación de la isla de Luzón, Filipinas, durante el verano de 1945. Mientras el escuadrón 201 recibió toda clase de medallas y monumentos, y con su nombre se han bautizado, calles, plazas y hasta una estación de metro, la memoria de los braceros ha quedado en el olvido. Un grupo de ex braceros delante del Congreso del Estado de Zacatecas en una de las movilizaciones que se multiplican por el país exigiendo el pago de su salario retenido en los EEUU en los años que duró el Programa. Raúl Ibañez “Los braceros también fueron soldados, fueron a dar la sangre por su país, a luchar por mejorar sus vidas y aquí no son reconocidos. El escuadron 201 ganó una batalla naval importantísima pero los braceros libraron la batalla del alimento. Sin él, Estados Unidos no hubiese sobrevido, sin los brazos de los braceros no se hubieran levantado los campos, ellos construyeron la vía del ferrocarril. Es una gran injusticia que nuestro gobierno no les reconozca” subraya Marta Suárez, hija de bracero y una de las abogadas de los ex braceros. Y es que efectivamente estos trabajadores no solo pusieron su brazo por el país del norte sino también al suyo propio. Con lo poco que ganaban en jornadas maratónicas y condiciones míseras empezaron a mandar remesas a sus comunidades de origen y con los ahorros que regresaban mejoraron la vida de sus familias. En 1947, ya se enviaron 11 mil dólares de remesas desde EEUU a México. Aún así, el costo para los braceros fue alto, se tuvieron que separar de su familia, algunos abandonaron la tierra -perdiendo su derecho a ella-, otros murieron en la construcción de las líneas de ferrocarril y muchos sufren de enfermedades en la columna vertebral o en las vías respiratorias producto de los insecticidas. “Fueron vejados, antes de cruzar la frontera los fumigaban para sacarles los supuestos piojos, luego allá les sacaban sangre para surtir a los soldados americanos q regresaban de la guerra,… han hecho una aportación muy grande a los EEUU. Se les llamó los soldados del surco y el traque”, asevera Suárez. Pero no sólo eso, en los contratos se estipulaba que se les retenía un 10% de su sueldo que al finalizar el programa les sería remborsado a través del gobierno mexicano. A lo largo de 24 años que duró el acuerdo binacional, se firmaron 5 millones de contratos que beneficiaron a casi 2 millones de mexicanos, a los que hoy se les debe una cantidad estimada entre 500 mil y mil millones de dólares. Contreras lleva casi 60 años esperando esa pensión. Y como él los otros 2 millones de mexicanos, o sus viudas e hijos, porque muchos fallecieron sin verla. Al parecer el gobierno de los EEUU si transfirió los fondos a su homólogo mexicano, pero a día de hoy las autoridades mexicanas no han aclarado que pasó con ese dinero. “Abusaron de nuestra dignidad, disponiéndolo para unos y otros pero no nos lo entregaron a nosotros. Por eso andamos terqueando hasta morir o vencer”, exclama Contreras ante el Congreso del Estado de Zacatecas, donde se ha congregado junto a otras decenas de braceros, para conseguir que les escuchen. Las mobilizaciones se han repetido en Tlaxcala, Guerrero, Oaxaca, San Luis Potosí, Jalisco, Hidalgo, estado de México–los estados que más braceros enviaron- y el Distrito Federal. De los 2 millones de mexicanos que laboraron en EEUU entre 1942 y 1964, alrededor de 500 mil guardan su contrato de trabajo. Pero sus abogados batallan por todos. Pues hay que tener en cuenta que la mayoría de estos migrantes temporales eran campesinos analfabetos y era frecuente que no guardaran contratos que no entendían. La lucha por sus pensiones comenzó en 1997 a partir de un nieto de un bracero. En 1998, los ex braceros y sus familias demandaron a ambos gobiernos la devolución de su dinero y los intereses generados en casi seis décadas. Entablaron demandas en tribunales de San Francisco y Nueva York, pero se desechó el caso por tratarse de asuntos internos mexicanos. Finalmente en el 2004, el presidente Vicente Fox, aprobó una transferencia única y para todos por igual de 38.000 pesos (unos 2.300 euros) para cada uno. Mandato que a fecha de hoy, aún no se ha hecho efectivo totalmente. La mayoría han recibido pagos de alrededor de 600 euros, pero no les parece suficiente. “No pedimos limosna, exigimos lo que ellos dejaron con el esfuerzo y el sudor de su frente”, alega Alejandrina Palomino, cuyo padre participó en el programa en los años 60 y ahora está postrado en una cama a sus 92 años. Ella, al igual que Contreras, ha recibido un pago de 10.000 pesos pero espera el resto. “Cuando Fox aprobó el fideicomiso el Congreso de la Nación concedió 285 millones de pesos para empezar a pagar, eso alcanzó para nueve mil braceros y cada año desde el 2004 destinan alrededor de 300 millones. Pero así van a pasar años sin que se les pague. Para la edad que tienen, para la aportación q uehicieron a la patria y a sus familias, no es justo”, arguye Suárez, quién junto a otras organizaciones de braceros está reclamando el pago inmediato de esos 38.000 pesos y, que seguidamente se llegue a los 150.000 pesos (algo menos de 10.000 euros). “No hay dinero suficiente para pagarles a todos lo que se les debería realmente, pues hay quién estuvo hasta 20 años, pero creemos que 150.000 pesos sería una compesación adecuada”, alega Suárez. El Programa Bracero sobrevivió bajo varias modalidades hasta 1964, cuando ambos gobiernos lo finalizaron en respuesta a críticas duras y reportes de abuso extremo de los derechos humanos de los patrones hacia sus trabajadores. Unos abusos que ahora sufren los hijos y nietos de esos braceros, trabajando de migrantes ilegales. Pues esos campesinos, aunque lograran juntar algo para sus familias, también les heredaron la pobreza que les obligó a irse. “Los hijos de los braceros se van sin papeles. Como el papá se fue, enseñó al hijo el camino y ahora son los hijos de los braceros los que estan yendo y viniendo”, asegura la abogada Suárez, y se pone a ella misma de ejemplo, quién también estuvo una temporada en el país vecino y tiene un hijo allá. Agustín Rivera fue bracero en los años 60. Luego quiso volver a entrar a trabajar a los EEUU y fue deportado. Cinco de sus hijos han seguido su ejemplo y se han ido a buscar las oportunidades que México no les ofrece en el norte. Raúl Ibañez También es el caso de Agustin Rivera, quién se fue de bracero a los años 60. Ahora tiene 72 años, y cinco de sus siete hijos han ido a los EEUU. Cuatro de ellos cruzaron la frontera sin papeles y otros siguen allí sin conseguir documentos, pese a que el mayor ya lleva 20 años allá. El más pequeño fue deportado. “Aquí no se puede. Y los mojados –como se les llama a los indocumentados en México- ya no tienen ni para ayudar a uno, como no tienen papeles, con la crisis solamente trabajan un día o dos a la semana”, se queja Rivera, quién recuerda que una vez él intento regresar a EEUU fuera del programa y lo regresaron al cruzar la frontera. Y es que la crisis del campo mexicano y la falta de oportunidades, que obligó a estos jóvenes en los años 40,50 y 60 a dejar a sus familias y embarcarse al país vecino a trabajar en condiciones durísimas para juntar unos pocos dólares que convertidos en pesos permitieran mejorar su calidad de vida, persiste actualmente. Hoy en día, hay casi 12 millones de mexicanos en EEUU, muchos motivados por ese ejemplo de sus padres y abuelos. |
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