inequívoca de lo anterior es el hecho de que para formar parte de esta admirable institución, promovida por el Estado Vaticano y situada en el corazón de la Santa Sede, el mejor atestado requerido es la excelencia e integridad de sus miembros, con independencia de criterios ideológicos o preferencias religiosas.
Costa Rica es un país democrático y pluralista, donde reina la libertad de culto, protegida por la Constitución Política, y la mayoría de la población profesa la fe católica. En esa fe y en las raíces cristianas de nuestra nación, los costarricenses hemos encontrado el fundamento ético de la convivencia en paz, en armonía con la naturaleza, e inspirada en la ecología del hombre, el crisol donde se forja la libertad humana. Este conjunto de principios y de valores le confiere un valor excepcional, como eje central de nuestro desarrollo, a la vida humana. Ejemplos de esta visión son la temprana abolición de la pena de muerte en nuestra historia y la abolición del ejército que implicó la renuncia a la guerra como mecanismo para dirimir los conflictos políticos y sociales
La más antigua democracia de América Latina. Costa Rica es un país con una extensión territorial pequeña, poco menor que el tamaño sumado del Piamonte, la Lombardía y el Valle de Aosta. En estas modestas dimensiones territoriales hemos albergado y vivificado nuestras tradiciones republicanas, democráticas y humanistas.
Costa Rica es la democracia más antigua y estable de América Latina. Su sistema de sufragio electoral es reconocido internacionalmente por su solidez y transparencia, gracias al cual hemos podido gozar de una pacífica y casi ininterrumpida alternancia política en el ejercicio del gobierno. Nuestras instituciones gozan de reconocimiento por su respeto a los derechos fundamentales de las personas, y por ser instrumentos efectivos para satisfacer las demandas ciudadanas y resolver, de modo racional, los conflictos sociales.
El pueblo costarricense ha creado y heredado un profundo sentido de la convivencia pacífica. No fue obra de la imaginación, sino expresión cabal de nuestra identidad que nuestra primera constitución política, elaborada en un lapso de apenas dos meses, una vez recibida la noticia de la independencia, se denominara Pacto de Concordia y se asentara bajo la protección divina. Así, la fe, la ley y la razón se entrelazaron, desde los albores de nuestra vida independiente, para constituir el eje real o ADN de nuestra existencia política.
Nuestra República fue fundada por maestros y no por soldados, y en un acto supremo de vocación pacifista y de visión histórica, excepcional en el mundo, decidimos, hace más de 60 años, abolir el ejército como institución permanente. Somos una democracia que hace residir su fortaleza no en las armas, no en la guerra, sino en el derecho a la paz, no como objetivo asequible, sino como vía humana obligatoria. Este hecho nos compromete a abrigar una política internacional fundamentada en la paz, el desarme, los derechos humanos y el respeto al derecho soberano de las naciones. Nunca hemos sido, nunca seremos agresores, y, ante las agresiones sufridas, hemos respondido con el Derecho Internacional. Defendemos y respetamos, por ello, las instituciones multilaterales y promovemos una gobernanza internacional hacia un mundo más estable, justo y pacífico.
La renuncia unilateral a la existencia del ejército nos ha permitido invertir recursos financieros y humanos en educación, infraestructura, ciencia y tecnología. La inversión, por ello, en desarrollo humano integral ha sido la prioridad de nuestra evolución nacional. No debe extrañar, por lo tanto, que el modelo de desarrollo socio-productivo de Costa Rica sea un ejemplo paradigmático en escala global.
El ser humano como referente de nuestras políticas En el contexto de lo dicho emerge el tema capital de la dignidad de la persona humana, cuyo bienestar ha de ser el fin último de la política y de toda política pública. Costa Rica ha apostado, por ello, por un desarrollo integral, centrado en el ser humano y marcado por un profundo respeto de los derechos y aspiraciones de las personas; raíz antropológica irrenunciable de la convivencia democrática, tal como bien lo reiteran diversos documentos eclesiales, incluidas varias cartas encíclicas y declaraciones de Conferencias Episcopales.
En este sentido han sido especialmente esclarecedores para nosotros los conceptos vertidos por Su Santidad en su discurso ante los miembros del Parlamento Federal Alemán y las autoridades máximas del Estado, en el aula del Bundestag, el 22 de setiembre pasado. Su síntesis maravillosa, a partir de la petición del joven rey Salomón, sobre la fe, la razón, la naturaleza, la paz, la política, la justicia, el derecho, así como la capacidad humana de distinguir al bien del mal, en medio del relativismo y la confusión actuales, confirmaron la visión de los humildes fundadores de Costa Rica en 1821, así como de los gobernantes posteriores e iluminan y fortalecen nuestros esfuerzos en las actuales dramáticas horas de la humanidad.
Por esos valores y principios, decretamos, desde el siglo XIX, la educación primaria como un derecho universal y financiado por el Estado para todas las niñas y niños de nuestro país. Lo hicimos mucho antes que cualquier otra nación de América Latina, antes que Inglaterra o los Estados Unidos de América. Hoy, asignamos el 7% del PIB al financiamiento de la educación pública. Hace 70 años establecimos un régimen de seguridad social, que ahora brinda cobertura universal de salud a toda la población, incluidos los inmigrantes. Esta temprana inversión en servicios sociales le ha permitido a Costa Rica ostentar niveles de desarrollo humano comparables a los de los países avanzados del planeta.
Hacia una economía del conocimiento De esta forma, a través de la educación, la salud, la ciencia, la tecnología, la cultura y los distintos sistemas empresariales e institucionales, hemos logrado que la principal ventaja competitiva del país sea su gente, orientada hoy con fuerza hacia una economía del conocimiento sustentada en la innovación, la producción de riqueza, la inversión extranjera directa e indirecta, y la justicia social.
La pequeña economía de Costa Rica dejó de depender casi exclusivamente de las exportaciones de productos agrícolas para diversificar ampliamente su producción de bienes y servicios. El 40% de esas exportaciones participan de cadenas globales de valor y están especialmente asociadas a bienes con alto valor agregado. Actualmente Costa Rica es el primer país latinoamericano en materia de innovación y con mayor participación tecnológica en sus exportaciones de manufactura, donde ocupa el cuarto lugar a nivel mundial. Este esfuerzo genera puestos de trabajo de gran calidad y crea el entorno empresarial que estimula nuestro acervo científico y tecnológico, un acicate para el desarrollo de la capacidad innovadora.
Somos una sociedad abierta al mundo, cada vez más globalizada, que promueve la internacionalización de los mercados, pero que exige, como se inscribe en el Documento de Aparecida, la globalización simultánea del humanismo y la solidaridad.
Para avanzar más aceleradamente hacia una economía fundamentada en la innovación, estamos impulsando una robusta agenda digital, gracias a la cual hoy el 90% de las escuelas y colegios cuentan con algún tipo de conectividad y de acceso a tecnologías digitales.
Costa Rica pretende, asimismo, que sus niños y jóvenes disfruten y aprovechen los beneficios de la sociedad del conocimiento y desarrollen sus talentos e ideas en un ambiente que estimule la creatividad.
Nuestro propósito es seguir invirtiendo en desarrollo humano. La ruta del progreso está trazada por la emancipación del ser humano de la ignorancia y la pobreza. La riqueza de las naciones debe estar fundada, por ello, en la riqueza intelectual, moral y espiritual de las personas. No cejaremos en este empeño. Está en la raíz misma de nuestra fe, de nuestra historia y de nuestras convicciones.
Un modelo de desarrollo sostenible Bien sabemos, además, que no hay desarrollo integral ni modelo socio-económico exitoso sin una fuerte conciencia ambiental. Mal haríamos si nos conformamos con el verdor de los bosques y el azul de los océanos. En la tradición costarricense la belleza de la naturaleza no sólo es el producto natural de una tierra generosa, sino también el resultado de políticas públicas inspiradas en la decisión de promover un crecimiento económico que no destruya los ambientes naturales.
En este sentido hemos contraído una deuda con la Providencia. Costa Rica es un país con una biodiversidad excepcional respecto a la cual hemos asumido la responsabilidad de protegerla como patrimonio de la humanidad. Hace más de 40 años, decidimos poner bajo régimen especial de protección, el 25% de nuestro territorio. Esa decisión fue complementada con diversas políticas de promoción de la conservación ambiental, lo que nos ha transformado en el país con mayor cobertura forestal del mundo, y en el quinto país en protección ambiental.
El 95% de la energía que consumimos proviene de fuentes renovables y nos hemos impuesto el reto de convertirnos en una de las primeras naciones carbono neutral del planeta. Promovemos con éxito el turismo ecológico y muchos de nuestros productos agrícolas de exportación, como el banano o el café, son carbono neutral.
Con ese mismo espíritu que hace de la necesidad virtud, la protección ambiental no nos inhibe el crecimiento que, más bien, hemos convertido en uno de nuestros mejores activos.
Este camino no es sencillo pues rompe la camisa de fuerza de la inercia. No obstante, intentamos cambiar los paradigmas habituales en los que está fundada la economía internacional, y que todavía sirve de base a una forma insostenible de producción.
En este campo y frente a estos desafíos, estamos dispuestos a actuar en forma solidaria. El mundo se encuentra, en materia de cambio climático, al borde del abismo. Asombra y escandaliza que algunos todavía disfruten frente a la fosa que ellos mismos han cavado. Con indiferencia se niegan las repercusiones que ha tenido en el planeta un estilo de progreso económico casi suicida, que nosotros sufrimos en carne propia porque en nuestras latitudes vivimos embates meteorológicos extremos, que han llegado a convertirse en el principal obstáculo para el desarrollo en Centroamérica y el Caribe.
En momentos tan dramáticos como este, no estamos al acecho de lo que harán los demás para actuar nosotros. Debemos romper este círculo vicioso de coartadas, inequidades y desplazamiento de culpas. Lo sabemos. Sus acometidas se precipitan año con año y la humanidad sufrirá consecuencias devastadoras si no luchamos contra el cambio climático. Esto exigirá repensar el desarrollo en todas sus dimensiones y avanzar hacia una economía más sobria, más limpia y más sostenible.
Señoras y señores: El estilo costarricense de evolución socio-económica y ambiental se inspira en un ideal que sabemos nació en el pesebre de Belén. Es el ideal de la fraternidad universal de todas las personas y de estas en su interacción con la naturaleza.
A pesar de los modestos recursos de mi país, hemos logrado mejorar constantemente la calidad de vida de nuestra gente. Esto muestra que a pesar de las dificultades, carencias y deudas sociales pendientes, la ruta costarricense ha sido la correcta, en los grandes trazos de su desenvolvimiento histórico. Más allá de contradicciones y discrepancias puntuales, en Costa Rica se puede hablar con propiedad de una visión consolidada de país, que atraviesa todas las banderas y todas las ideologías. Esa visión compartida tiene como eje la comprensión de una comunidad de valores donde se integran factores económicos, sociales, culturales, ambientales y espirituales. Ahí radica la esencia de nuestra confianza en el porvenir.
Tenemos pendientes enormes desafíos, y sobran amenazas en todas las áreas del quehacer nacional. No podemos negar que la misma violencia que se ha desatado en otros países latinoamericanos por el narcotráfico representa también para nosotros una constante y seria amenaza. No nos son ajenas las grandes disyuntivas de la economía mundial, donde el saneamiento de las finanzas públicas pone un formidable reto a nuestras todavía mayores necesidades de inversión social y productiva. A pesar del progreso alcanzado, dolorosas brechas sociales y regionales siguen desafiando nuestro sentido de la equidad.
Estiramos los brazos hacia el pasado para encontrar el valor que tuvieron los padres fundadores de nuestra patria al enseñarnos a confiar en nuestra capacidad de superación. Los desafíos que nos sobrecogen no son más grandes que nuestra determinación de enfrentarlos.
En el diseño de nuestras políticas existe la aspiración profunda de construir una sociedad verde, innovadora y próspera, a pesar de los peligros que nos acechan. Se trata de forjar una nación en la que cada una de las personas pueda luchar por sus aspiraciones, con la firme convicción de ser parte de una colectividad profundamente embebida en el amor y la solidaridad.
La fraternidad universal que nos inspira, así como la paz, la cultura de la vida y el respeto a la naturaleza, no son para nosotros objetivos lejanos, sino el camino que descubrimos y recorremos cada día. No es fácil transitarlo, pero al hacerlo cosechamos las mayores alegrías. Estamos dispuestos, tal como lo proclamó Su Santidad el Papa Benedicto XVI, “a volver a abrir las ventanas, a ver nuevamente la inmensidad del mundo, el cielo y la tierra, y aprender a usar todo esto de modo justo”.
Muchas gracias.