En este caso fue expulsada a la fuerza de la Asamblea Legislativa de un país donde los que mandan después de 500 años de violenta Conquista, siguen viendo a los indígenas como personas de tercera categoría a las que se puede maltratar, oprimir, humillar.

Luisa llegó de nuevo a San José, porque sus hermanas y hermanos de lucha la convencieron de que había que ir, para recordarle a la Asamblea Legislativa que el movimiento indígena sigue de pie en defensa de la Ley de Autonomía.

Ahora ya son 18 años de lucha, de espera y de crueles burlas.

Cada año que pasa los pueblos indígenas pierden tierras, montañas y ríos, recursos naturales caza vez más amenazados por los descendientes de quienes llevan siglo arrinconando y hostigando a las comunidades indígenas.

Se les niega el derecho a tener sus formas de autogobierno, sus prácticas y creencias cosmogónicas, se debilita el uso y la enseñanza de sus lenguas, se menosprecia su cultura.

La ley ha estado varias veces a punto de votarse, pero algo pasa a última hora, algunos intereses se mueven, y de nuevo regresa sin votarse a la corriente parlamentaria.

¡Dieciocho años!, pero aquí no hay vías rápidas, ni editoriales de La Nación exigiendo el cambio al reglamento legislativo, ni protestas del Gobierno. Al fin y al cabo son indígenas, si han esperado siglos pueden seguir esperando.

Ese es parte del otro rostro de la Costa Rica democrática, feliz, de la "pura vida".

Pero sus pobladores autóctonos no saben qué es la democracia, ni conocen esa felicidad y "pura vida" que se celebra en las encuestas y en los mitos de la Costa Rica homogénea, blanca, sin conflictos, amante de la paz y respetuosa de los derechos humanos.