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Costa Rica: 'Cuando el honrar nos honra' - TicoVisión |
Publicado en 13/09/12 a 08:48:16 GMT-06:00 Por Administrador |
Discurso de la Sra. Presidenta de la República Laura Chinchilla Miranda 25 Aniversario del Plan de Paz para Centroamérica. 13 de septiembre de 2012 | TicoVisión | Redacción - | Nacional | San José, Costa Rica | Tribuna para el Libre Pensamiento Hoy rendimos tributo a un hecho trascendental de la historia centroamericana y al líder que supo forjarlo con la serena, visionaria y tenaz condición del estadista. Al hacerlo, nos inspira la idea expresada por José Martí con clásica pureza: “Honrar honra”. Pero también nos impulsa la certeza de que las enseñanzas del pasado son luz para iluminar el presente y guía para aclarar el porvenir. Ese ayer que nos inspira, el hoy que nos reúne y el mañana que nos llama convergen alrededor del valor sagrado de la paz. Es una paz que no puede entenderse como la simple ausencia de guerra, sino como un compromiso profundo y un quehacer cotidiano, impulsados por la tolerancia y alimentados por el respeto mutuo. Hace 25 años, alcanzar la paz parecía imposible para nuestros hermanos centroamericanos. Desde la margen norte del río San Juan hasta las selvas del Petén, la confrontación había sepultado a la razón; la intransigencia primaba sobre la paciencia; el fanatismo se había impuesto al diálogo, y la falaz solución por la que algunos pugnaban pretendía más bien agudizar la violencia que nos ahogaba. En medio de esa agobiante realidad, con su aterrador saldo de muertes y su inminente riesgo para la estabilidad nacional, una convicción se trasformó en poderosa idea; la idea se trocó en minucioso proyecto; el proyecto condujo a una incansable acción, y la acción despejó la ruta para resucitar la negociación y sepultar para siempre la guerra. En la madrugada del 7 de agosto de 1987, tras múltiples horas de extenuantes negociaciones, los presidentes centroamericanos adelantaron el amanecer y suscribieron en Guatemala el “Procedimiento para establecer la paz firme y duradera” en la región. Cinco fueron las firmas estampadas al final del documento. Todas eran indispensables, porque cualquier ausencia habría implicado el fracaso. Pero una de ellas identificaba a su autor. Y los costarricenses la leímos y repetimos aún con orgullo: Óscar Arias Sánchez, Presidente de la República de Costa Rica. Como Presidenta de esta misma querida, entrañable y admirable República, y a nombre de todos sus habitantes, hoy nos honramos, don Óscar, al honrarlo a usted por un logro que trascendió nuestra región, produjo admiración global y le hizo merecido acreedor, pocos meses después, del Premio Nobel de la Paz. Costa Rica, Centroamérica y el mundo reconocemos y le agradecemos por su tenacidad y convicción; por su capacidad para explicar y persuadir, y por hacer que hasta los más escépticos asumieran entonces el solemne compromiso estampado en el preámbulo del Plan de Paz: “Hacer prevalecer el diálogo sobre la violencia y la razón sobre los rencores”. Quedó así plasmada en hechos la centenaria frase de Emerson que señala que, “La paz no puede alcanzarse por la violencia, sino construirse por el entendimiento”. Los costarricenses lo sabemos muy bien. Desde que nos definimos como nación, hemos sabido que la verdadera y única paz no es la que se impone por la fuerza a un enemigo, sino la que surge cuando los adversarios respetan sus diferencias, se atreven a reconocer sus semejanzas y deciden trabajar sin violencia para resolver sus conflictos. La verdadera paz es comprensión, y no la alumbra el brillo del sable, sino el permanente fulgor del entendimiento y la reconfortante luz de la esperanza. La paz debe ser convicción, debe ser guía y motor. Los costarricenses también sabemos que la paz es un proceso que nunca termina y que debe avanzar de la mano de la justicia, la solidaridad, la libertad, la democracia, la seguridad humana y el respeto a la dignidad de cada persona. Por esto, la reconciliación en Centroamérica fue –y aún es-- una tarea ardua, compleja e insegura. Es un proceso en marcha, que no está ajeno a retrocesos. Pero debemos reconocer que todo habría sido mucho más difícil, y quizás imposible, sin el Plan de Paz. Gracias a los compromisos que el Plan impulsó y logró, la ruta que trazó y las iniciativas que forjó, Centroamérica dejó atrás una década desangrada por la violencia y comenzó a elevarse hacia nuevas metas compartidas. Los acuerdos internos, en El Salvador, Nicaragua y Guatemala, crearon una nueva dinámica de entendimiento, reconciliación, democracia, respeto a los derechos humanos y opciones para el desarrollo. En promisoria secuencia, gobiernos elegidos libremente ocuparon el poder. Los militares emprendieron el regreso a los cuarteles y los guerrilleros a la vida civil, a los partidos políticos o a los nuevos cuerpos de policía. La injerencia foránea fue neutralizada. Sectores de la población crónicamente marginados adquirieron mayor sentido de sus derechos, capacidades y dignidad. Las economías comenzaron a reactivarse e integrarse más al mundo, y el creciente intercambio regional de bienes, servicios, cultura y esperanzas nos mostró la mejor cara de la integración. En paralelo a este complejo proceso, como referente, apoyo e impulso, vibraba un país entero –Costa Rica— ejemplo de que era posible un camino distinto, de que era posible un camino mejor. Hoy seguimos construyéndo ese mismo camino con creciente ímpetu, renovadas metas, nuevos logros y el permanente compromiso de todos. En el trayecto de 25 años recorrido desde Esquipulas II, los rumbos, retos, oportunidades y decisiones de cada uno de nuestros países hermanos han sido diversos. El saldo es mixto, pero el balance resulta positivo. Podemos felicitarnos de que la mitad de los centroamericanos de hoy hayan nacido en el período de paz que comenzó en 1987; de que el monto del intercambio regional registrado en el 2011 sea 14 veces más elevado que el de entonces, y de que hayamos sido capaces de negociar colectivamente tratados con importantes regiones del mundo que abren oportunidades a nuestras naciones. También podemos y debemos felicitarnos por muchos otros logros políticos, económicos y sociales que han sobrevivido, y a veces hasta florecido, en difíciles circunstancias. A la vez, estamos conscientes de las tareas pendientes y de los agudos riesgos actuales de nuestra región. Vemos, con preocupación, renovados intentos de imposiciones externas sobre ámbitos políticos internos; así como el irrespeto a las normas de convivencia pacífica entre nuestras naciones. Nos inquietan el uso del populismo autoritario como vía para alcanzar y mantener el poder, y el deterioro institucional en algunos países. Y jamás podremos contentarnos con nuestros actuales índices de crecimiento, pobreza y desigualdad. Pero nada es más angustiante en la época actual que la nueva modalidad de violencia: la que generan la delincuencia organizada y el narcotráfico, comprometiendo la seguridad de nuestra población y amenazando los fundamentos de nuestras democracias. La circunstancia es grave. Más aún, porque este embate de la delincuencia transnacional nos sorprende con tareas importantes, aún sin cumplir. Hoy, como también lo fue hace 25 años, la violencia que azota a Centroamérica sigue aún estando asociada a la necesidad de fortalecer la democracia, de consolidar el Estado de Derecho, de promover la justicia social y superar la pobreza, de combatir la corrupción y poner fin a la impunidad. Sin un esfuerzo permanente y decidido por cumplir esas tareas, y sin la cuota de responsabilidad que debe asumir la comunidad internacional, el combate a la criminalidad y la violencia de hoy no tendrá nunca el éxito que deseamos. Al igual que durante el conflicto de hace 25 años, Costa Rica no está al margen de estos retos y riesgos; tampoco, de los buenos horizontes que se abren ante nosotros, como país y como región. Los retos y riesgos debemos abordarlos con inteligencia y enfrentarlos con decisión, valentía y sensatez. Las oportunidades debemos potenciarlas con lucidez, perseverancia, generosidad, optimismo y disciplina. Costa Rica es un país, y los costarricenses un pueblo, realmente ejemplares. Lo digo sin falsa modestia y sin aspirar a reconocimiento alguno, porque esa condición la hemos construido a lo largo de nuestra historia. Lo digo porque a menudo algunos conciudadanos lo ignoran o parecen olvidarlo. Lo digo porque es una realidad que jamás puede implicar autocomplacencia. Lo digo porque las metas cumplidas generan mayores responsabilidades para abordar tareas pendientes para alcanzar otros logros. En eso estamos empeñados, como pueblo y como Gobierno. Para seguir adelante, por la ruta que nuestra misma historia ha venido delineando, estamos fomentando la innovación y acrecentando nuestro compromiso con la educación. Estamos extendiendo la protección ambiental a nuestros mares, que representan el 90% del territorio nacional. Estamos integrando más nuestra economía con el mundo, impulsando la competitividad y protegiendo la estabilidad macroeconómica. Estamos enfrentando con éxito y valentía la inseguridad ciudadana. Y por supuesto, estamos haciendo el mayor esfuerzo por no cejar en la lucha contra la pobreza y la desigualdad, pese a la comprometida situación de nuestras finanzas públicas. Todos esos objetivos nos impulsan en la hora actual. Es un impulso surgido en medio de la paz, nutrido por el ejercicio democrático, orientado hacia el bienestar común e inspirado en el legado de quienes nos han precedido y acompañado durante la marcha de nuestra historia. Reconocer el legado de Óscar Arias y alimentarse de la experiencia de Esquipulas II es, por esto, una forma de mirar hacia el futuro con convicción y esperanza. Lo dijo don Oscar cuando en 1987 se le confirió el Premio Nobel de la Paz “La esperanza es la fuerza más grande que impulsa a los pueblos. La esperanza que transforma, que fabrica nuevas realidades, es la que abre el camino hacia la libertad del hombre.” Por complejas que sean las condiciones del presente y por lejanas que aparezcan las ambiciones que nacieron hace 25 años, nada ha podido impedir que los pueblos de Centroamérica busquen alcanzar sus sueños por medios pacíficos y renunciando al uso de la fuerza. Para enrumbarnos con mayor ímpetu por los senderos del progreso y el desarrollo humano, es preciso que revivamos el sentido profundo de Esquipulas II, que retoma todas las aspiraciones democráticas y sociales de los pueblos centroamericanos y que da alas al ímpetu creador de nuestros pueblos. Desde esta patria fundada por maestros y que tiene como orgullo haber enterrado sus fusiles para siempre, seguimos ofreciendo a los pueblos centroamericanos, la mano amiga de Costa Rica, un pueblo noble que comparte sus mismos sueños y que palpita con sus mismas esperanzas. |
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