El Papa Francisco volvió hoy a ser párroco de ciudad al celebrar la misa de las 10:00 horas locales (09:00 GMT) en la iglesia de Santa Ana, la parroquia del Vaticano en la cual caben menos de mil personas y estaba a reventar.

Con una vestimenta poco vistosa, una casulla de color violeta y acompañado por un pequeño grupo de clérigos, el pontífice llegó en automóvil hasta la Puerta de Santa Ana, uno de los ingresos al territorio del Estado Pontificio.

Fue recibido por una multitud y antes de su ingreso a la iglesia, saludó a los fieles. Estrechó muchas manos, acarició niños y vio a dos jóvenes sacerdotes argentinos. Los reconoció y los llamó, tras abrazarlos les hizo entrar a la misa.

“El mensaje de la Iglesia es aquel de la misericordia. También nosotros creo que somos como este pueblo que, por una parte, quiere escuchar a Jesús pero el cual, por otra, a veces quiere dar de bastonazos y condenar a los otros”, dijo.

Durante la homilía dijo que el mensaje de Jesús es la misericordia, aunque reconoció que no es fácil confiar en la misericordia de Dios, “porque ese es un abismo incomprensible”.

“El señor jamás se cansa de perdonar. Somos nosotros los que nos cansamos de pedirle perdón, porque él jamás se cansa de perdonar”, indicó.

Durante la celebración el líder católico interrumpió por un momento el acto y llamó sobre el altar a un joven misionero argentino. Tomando el micrófono dijo: “aquí hay algunos que no son parroquianos, estos sacerdotes argentinos con mi obispo, por hoy serán parroquianos”.

“Quiero presentarles un cura que trabaja con los niños de la calle, ha hecho algo por ellos, una escuela que les restituya la dignidad a los jóvenes, que ahora aman a Jesús”, apuntó. Ahí llamó a Consalvo, un sacerdote que en Uruguay fundó el Liceo Jubilar Juan Pablo II.

Al finalizar la misa el Papa fue en procesión hasta la puerta y, uno por uno, saludó a los feligreses. Intercambiando opiniones. Luego salió, se acercó hasta la puerta y comenzó nuevamente a saludar a la gente.

Tras unos minutos volvió a la iglesia, se cambió y esta vez, vestido de blanco, dio otro giro de saludos antes de abordar un vehículo que lo condujo al Palacio Apostólico donde pronunciará su primer Angelus.