28 de julio de 2013.-  La mente humana sigue pareciendo pequeña para entender los grandes y profundos procesos de integración del ser humano. Los gobernantes a lo largo de la historia han acudido al expediente de separar a los pueblos vecinos poseedores de culturas diferentes y diferenciadas a través de murallas ya fueran de calicanto, luego de bloques de cemento y hoy de hormigón... la verdad nada puede separar, ni una murallas de hierro, la integración de los pueblos.

La instintiva tradición territorialista continúa vigente en la época actual. Ahora es visible en la construcción de muros. En el pasado cercano, sin ir muy lejos en la historia, nos encontramos el ignominioso caso de la ciudad de Berlín, donde se construyo un muro con el objetivo de separar un estado-nación. El muro de Berlin dividió dos ideologías, capitalista y comunista.

En la isla de Chipre separó dos pueblos, griegos y turcos. En el medio oriente, Israel levanta muros para detener a los palestinos. Si ese fue siempre el objetivo de los muros dividir pueblos con tradiciones culturales diferentes, no obstante, en el fondo dentro de las disimilitudes, persistía la cercanía que era el sentimiento más cercano entre pueblos.

En Estados Unidos de Norteamérica se aprobó la construcción de un muro en la frontera con México. Tendrá 1.200 kilómetros de longitud, 5 metros de altura y seis mil millones de dólares de costo. Quiere impedir que la mano de obra mexicana ingrese al país.