Las semanas santas estaban llenas de fetichismo, era un circo en el que yo tenía mi papel porque había que salir vestida de algo. Y yo pasé de ángel, a una María, y creo que no más.

Estaban otras celebraciones, la de los miércoles de ceniza. Jamás aguanté la cruz en la frente. Luego las botellas de agua bendita y nunca fui de romería.

Mi creencia religiosa pasó por otros filtros porque tuve la oportunidad de tener gente muy seria y reflexiva en materia religiosa que me presentaba otra forma de elaborar la dimensión espiritual.

Me dio por coleccionar imágenes un tiempo, más por un asunto estético que por otra cosa y no sé cuántas iglesias y sus museos he visitado.

Luego vino una etapa muy rica en la lectura de las religiones, cuando hice mi doctorado y estuve en Europa con mi tesis, ahí necesariamente desde San Pablo, había que meterse más de lleno con los asuntos socializadores de Occidente y su núcleo griego y judío cristiano sintetizado políticamente por el Imperio Romano. Pero lo que no recuerdo en todo este camino, es lo que hoy veo en mi pequeña nación, esta mezcla de fanatismo y determinismo amalgamado con la clase política, y estas nuevas técnicas de manipulación masiva de conciencias que impulsa la jerarquía eclesiástica. No sé a quién guardarle piedad: si a este equipo manipulador vestidos a la usanza medieval, o a la clase gobernante, amansada y de carnaval, que abofetea la inteligencia de su pueblo.

Ni semanas santas, ni primeros viernes, ni miércoles de ceniza, ni fiestas de santos, ni romerías del 2 de agosto tuvieron vallas publicitarias, ni arrojaron estos discursos de odio que salen de la boca de la jerarquía eclesiástica. A ver cómo se las apañan para pedirle perdón a todos los niños y niñas nacidas de la FIV, de lo que llaman un horror, porque ni para eso les da la religión. A este tema haré referencia en otro momento.

Por dicha que guardo mi condición espiritual muy lejos de las falacias con las que vienen sembrando el territorio nacional de la mano de la clase gobernante.