28 de noviembre de 2013.-  Cuando el voto se vuelve emocional en una democracia en la que cada día se cree menos y se busca al menos malo, al menos feo, al que mas promete, al carismático, al más publicitado, al más “candidateable”, al que sirva mejor a los intereses de los poderosos, pero sobre todo al que rodean “los incondicionales” e interesados de siempre en busca de puestos políticos, la cosa no promete nada bueno para el país. El fanatismo partidario ciega a tal extremo que deja el voto racional a un lado, no se toma en cuenta lo que rodea al ¨candidato¨, los diputados y los posibles muy visibles jerarcas que tendrán eventualmente la conducción del gobierno central por cuatro años.

Razonar el voto no es un ejercicio que se aprenda en la escuela, por el contrario, se desestimula por intereses electoreros donde los políticos y los profesores son expertos en enseñar a que se piense menos, les conviene que sea así, el mejor ejemplo son las engañosas encuestas que se publicitan como si se tratara de una carrera de caballos. Claro, con el único interés de ir creando emoción y no razón.

Razonemos a quiénes elegir para que se hagan cargo de representarnos con sabiduría, preparación y honestidad, después de todo, todavía vivimos en una democracia representativa a pesar de que los electos cada cuatro años se creen, una vez en el poder, dueños absolutos del erario público y de la razón. Pretenden ignorar que son servidores