29 de abril de 2014.-  La saga continúa... Y como no, escribiré sobre los canonizados, sí llevare un orden para ajustarme al guión emprendido en mi anterior columna.

Hablaré de un personaje siniestro donde los haya, capaz de aislar nada más y nada menos que aun obispo, de todos conocidos por su amor a las causas justas. Oscar Arnulfo Romero se llamaba, el mismo que fue asesinado en 1980 mientras hacia lo que le mandaba su religión, y que no era otra cosa, que estar con los más débiles oficiando una misa.


El sí que podía y debería ser canonizado, es más, si como dicen los creyentes se les eleva a los altares por sus obras, que más se puede pedir que dar su propia vida. No sé si lo que al parecer hizo otro antes que él muy conocido y de nombre Jesús tenía más mérito. –Eso solo lo pueden decir los creyentes-

Todo hace indicar que un grupo de teólogos en Abril del 2011, deploro el bloqueo de la beatificación de monseñor Romero. Pero en cambio se siguiese con la beatificación del polaco Juan Pablo II, un personaje al que no le importaba, estar asomado en un balcón desplegando una gran sonrisa con el fatídico dictador Augusto Pinochet, sirviendo como espaldarazo a sus crímenes.