La utilización de las religiones como instrumento de manipulación política es aberrante y vulgar. Desde el funcionamiento de partidos claramente religiosos, con símbolos de ese talante y celebración de ceremonias rituales de apoyo a grupos electorales, hasta pastores y clérigos de diferente cariz levantando sus manos y abriendo bolsillos para exigir votos con promesas del cielo eterno y ocurrencias similares.

La constitución de 1871 fue reformada en 1895 para prohibir hacer propaganda política por cualquier persona invocando motivos de religión, o aprovechando las creencias religiosas del pueblo y ello se mantuvo en el artículo 28 de la carta de 1949.

Pero la práctica ha ensuciado la norma y desde hace décadas funcionan esos grupos de oración con el nombre de "partidos", seudo-pastores que embaucan a los feligreses, aprovechados que estafan ideológicamente al prójimo y pretenden judicializar su conciencia, elevando a derecho las reglas del levítico y del Deuteronomio. No conocen el valor evangélico de la misericordia y para ellos la religión es un ritual cargado de aporías y falacias, que repetidas configuran una monserga de trago fácil y seudoalimenticio.

Si por estos seudopastores fuera, el divorcio estaría prohibido, no se podrían vender condones ni métodos anticonceptivos, el aborto terapéutico sería delito, la semana santa sería feriada completa para asistir forzosamente a procesiones y cultos, el diezmo sería obligatorio legalmente y la fuente normativa de control constitucional sería la biblia, pero con las anotaciones y comentarios de la caverna religiosa.