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Poemas a La Virgen María - Por Silvio Aviléz Gallo - TicoVisión |
Publicado en 11/09/10 a 07:46:25 GMT-06:00 Por Administrador |
11 de Setiembre de 2010 TicoVisión Por Silvio Aviléz Gallo Ex diplomático y Analista Internacional María es la criatura más perfecta de la creación, la obra maestra de Dios. Desde antes de los siglos ya estaba presente en los designios del Señor para que en la plenitud de los tiempos, la Segunda Persona de la Santísima Trinidad se encarnara en el vientre purísimo de la doncella de Israel. María ha sido cantada en todos los idiomas y en todas las épocas. Su nombre es sinónimo de dulzura, amor, misericordia, solicitud, abnegación, pureza, bondad, sacrificio. Pero por sobre todo, es sinónimo de Madre, Madre del género humano por legado del propio Jesús, quien en el árbol de la cruz, al momento de consumarse la redención del hombre, quiso heredarnos el tesoro más preciado para que no quedáramos huérfanos. Esta criatura excepcional es nuestra esperanza. A ella están dedicados estos versos, que conforman una rosaleda de amor, un amor sencillo, tierno, humilde, filial. De las profundidades sin fin del universo desde antes de los tiempos, mucho antes de la historia, nimbada de pureza, de azul de cielo intenso, te reservó el Señor para exaltar su gloria. Fuiste desde el comienzo esperanza y victoria: del náufrago la rada, puerto seguro y terso, portal del caminante, derrota del perverso, del humilde la sierva, del triste la euforia. En el cofre de luces que tiene el Padre Eterno donde guarda recuerdos, tesoros y verdades junto a la profecía y el nombre de Isaías figura destacado con trazo sempiterno el día en que dispuso desterrar las saudades y aceptaste, María, ser Madre del Mesías Santiago, 08/09/2001 El ángel de la Luz entregó el mensaje y Ella, llena del Espíritu Santo, asintió bajando la mirada. Y en su vientre virginal, en ese mismo instante, floreció el misterio que nos dio el Fruto bendito. Managua, 1997 ¡Alégrate, llena de gracia! porque la luz resplandeció en ti e iluminó tu vientre virginal con los primeros destellos del alba que nimbó tu concepción desde antes de los siglos. ¡Alégrate! porque eres nuestro gozo y encarnas nuestra esperanza, porque tu “sí” hizo florecer de nuevo el Edén y desterró para siempre la tristeza del exilio. ¡Alégrate! porque encontraste gracia ante los ojos del Señor, hija de Sion, Estrella de David y Júbilo de Jerusalén. “¡Grita de contento y alegría, porque grande es en medio de ti el Santo de Israel!” Managua, 1997 V irgen del amor hermoso, I ntercesora y auxilio de los cristianos, R eina de la paz, Señora de Nicaragua, G enera en nosotros la unión con Cristo E n el amor del Padre y el Espíritu. N uestra tierra te venera D el Pacífico al Atlántico, E strella del mar, Embajadora celeste, F uente inagotable de pureza, A rdiente llama que a todos nos abrasa. T en piedad de nuestra Patria, I mplora del Señor misericordia, M adre de todos los creyentes, A hora y en nuestra hora postrera. Managua, 1998 Ave María, llena de gracia, salve Señora, joven doncella, salve brillante lluvia de estrellas salve refugio en la desgracia. Ave María, fiel mediadora, puerta dorada, celeste calle, rosa fragante, lirio del valle, Santa María, intercesora. Salve abogada del que ha caído, regazo tibio, ferviente flama, puerto seguro de quien te llama, rada y amparo del desvalido. Salve corona del Dios viviente, Hija del Padre, Madre del Hijo, ara y soporte del Crucifijo, rocío y aura, amor ardiente. Salve azucena, luz trinitaria, del Santo Espíritu dilecta esposa, Virgen y Madre maravillosa. salve Señora de Candelaria. ¡Salve María, flor nacarada! Trono de eterna sabiduría, causa primera de la alegría, ¡Salve gloriosa Inmaculada! Santiago, 08/09/2000 María se durmió plácidamente como lirio que se inclina después de haber entregado su perfume, y un cortejo de ángeles bajó a la tierra para llevarse a su Reina en una carroza de nubes. No podía la carne virginal de María corromperse en la hondura del sepulcro, ni el Arca de la Alianza naufragar en las profundidades del océano, o la Puerta del Cielo cerrarse para la Madre de Dios, como tampoco la Estrella de la Mañana dejar de fulgir en las alturas. El Templo del Espíritu Santo que había albergado en sus entrañas al Mesías, al Verbo Encarnado, debía resplandecer de nuevo en la Jerusalén celeste al lado del Cordero. María, la llena de gracia, envuelta en un velo de luz, fue llevada al cielo dejando tras si una estela de nardos y jazmines en su viaje triunfal al paraíso. ¡Assumpta es, María! ¡Qué alegría! ¡Aleluya! Santiago, 15/08/1999 M ientras el universo, en sus albores, A ferrado aún a las tinieblas R etorcíase en elipses siderales con Í gneas contracciones de parto, A llá, en el reino de la luz, I rradiaba belleza desde siempre N imbada de primores celestiales M aría, la doncella de Israel, A nunciada por profetas desde antaño, C oncebida desde antes de los siglos, Ú nica entre todas las criaturas, L irio de pureza virginal, Á nfora del Verbo encarnecido, D iadema en la frente del Altísimo, A urora del nuevo amanecer. Managua, 1997 Refugio del Dios vivo, su sagrario, portal que se transforma en luz y aurora, adviento que precede nuestra hora, centella y resplandor, templo y santuario, umbral de lo divino, fiel sudario del alma del creyente que le implora, corriente que conduce nuestra prora al puerto donde aguarda el relicario: un trozo salpicado del madero con sangre derramada del Cordero por obra del amor de nuestro Padre. Dintel de la mansión del paraíso, regalo singular que Dios nos hizo, ¡María es ante todo nuestra Madre! Santiago, 1999 María nos conduce hasta la hondura de un Cristo que revive en este mundo el éxtasis, el fuego, lo profundo de un Padre cuyo amor es de locura. María nos revela con dulzura al Hijo del Espíritu fecundo, al Dios que se transforma en un segundo en vino y en manjar, en levadura. La Mater es sendero, fuente pura, crisol que santifica el pensamiento, es miel que dulcifica la amargura, refugio del dolor, del sufrimiento. María, como faro de ternura, es ánfora de Cristo, su sarmiento. Santiago, 1999 El ánfora celeste desbordó de rocío y el lirio de la aurora se perfumó de blanco. El verde de los campos deslumbró y el encanto se apoderó del tiempo como en un desafío. La corona de estrellas te circundó la frente y un himno de querubes adormeció el momento en que todo de azul vestido el firmamento quiso ser de tu cuerpo el manto refulgente. Esclava fuiste, sí. Mas libre fuiste siempre del cautiverio infame de la mancha primera. No pudo la serpiente trastornar el arpegio del canto del arcángel, cuando desde tu vientre floreció para el mundo toda la primavera. Y Madre nuestra fuiste, ¡oh sin par privilegio! Santiago, 2002 |
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