Después de los frutos, nos quedamos un rato más de sobremesa. Estaba con nosotros una hermana mía, Ana María, cuya memoria es sorprendente. Tiramos de la hebra de la mágica madeja de los recuerdos y nos dejamos llevar por ellos por los queridos atajos de la tierna evocación. Hablando de nuestra infancia y los primeros años de aquella recordada juventud… Es asombroso cómo han cambiado los mismos sentimientos y conducta de las gentes que no ocultan su nueva forma de vida. Nosotros, las mayores, somos los verdaderos sufridores, somos o al menos así lo sentimos, como si fuéramos extraños en nuestro viejo entorno social, cada vez más solos.

Y había que empezar diciendo, que a pesar de sentirnos un tanto ignorados, nos mantenemos firmes; y nuestras convicciones nos han permitido sobreponernos ante los distintos desfases que quieran anularnos para siempre. Cada cual es libre de elegir su camino y vivir como mejor lo desee. Resignadamente, viendo pasar el tiempo, iremos pagando la deuda que debemos a la vida, pero en tanto no llegue ese día fatal, lucharemos y a la vez conservaremos nuestros significativos conceptos éticos, morales y cívicos.

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