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La carreta sin bueyes - Tico Visión |
Publicado en 28/04/10 a 12:23:27 GMT-06:00 Por Administrador |
De todas las colonias, fue Costa Rica la única donde los hispanos tuvieron que trabajar como siervos en el labrantío de las tierras; de no hacerlo habrían perecido. La tradición nos habla de uno de éstos llamado Pedro, a quien todos conocían con el mote de "El Malo", tanto por su crueldad para con los indios como por su manifiesta incredulidad de la que hacía alarde en todo momento y ocasión. Pedro vivía solo y al igual que sus coterráneos labraba las tierras que le habían sido asignadas. Tenía su yunta de bueyes con los que se ayudaba en el labrantío, así como su carreta, más bien cureña, de eje de madera rolliza, ruedas de una sola pieza sin aro y cuñas de madera, pero no de la misma que el eje, que no hay peor cuña que la del mismo palo y Pedro El Malo lo sabía bien. Eran continuas las fiestas religiosas de aquel pequeño poblado que crecía a la sombra protectora de su pequeña ermita ya casi al terminarse; pero ninguna tan majestuosa, con todo y la pobreza de la colonia, como la del quince de mayo, día de San Isidro Labrador. En ese día, después de la misa, se bendecían las carretas. Y aunque pocas, todos las llevaban. Aquél día Pedro llevó la suya, pero con malsana intención. Al efecto la colocó distante de las otras, bien cerca de la puerta de la ermita. Y cuando el sacerdote le pidió que la alineara donde se hallaban las otras, Pedro El Malo le respondió que no la había traído para que él se la bendijera pues ya estaba bendecida por el diablo. Yo la traje, dijo, para entrar con ella a la ermita; y al efecto trató de impulsar sus bueyes hacia el pórtico con manifiesta intención de hacerlos avanzar. Pero los bueyes resistieron a pesar de los chuzazos que Pedro enfurecidamente les daba. Tan manifiesto sacrilegio escandalizó a los presentes y todos trataron de impedirlo, llevándose a Pedro, pero éste, endemoniado, hincaba más y más sus bueyes lanzando toda clase de improperios renegando a voz en grito. Entonces fue cuando el sacerdote echó su maldición, sobre él y su carreta: pero salvando a los bueyes que resistieron. "Andarás con tu carreta por toda la eternidad", díjole, y al instante, en medio del terror general, los bueyes se desunieron de su carreta y ésta salió sola, calle abajo seguida por Pedro El Malo. Desde aquel día la carreta de Pedro El Malo, la bendecida del diablo y maldita de Dios, anda sola, sin bueyes que la conduzcan, causando espanto por doquiera que pasa. Si a media noche oís su bien conocido "Traca, taca, tarata" rezad el trisagio, mujeres piadosas. Y vosotras, niñas, cubríos bien la cabeza con vuestra cobija y haced la señal de la cruz, que es el diablo que pasa y alguna desgracia se avecina. Y vosotros, hombres que a medianoche andáis en alguna zanganada mientras solas quedan vuestras esposas en casa, cuando oigáis el "Traca, taca,tarata" de la carreta sin bueyes, de esa carreta de Pedro El Malo que el mismo Satanás conduce, huid despavoridos que el diablo anda ya muy cerca de vosotros. Traca, taca, tarata, se oye a lo lejos. Si resistimos el terror que inmediatamente se apodera de nosotros al oírlo; si podemos sobreponernos al espanto que nos domina, la oiremos avanzar, avanzar, hasta el frente mismo de nuestra casa y luego, de pronto, ya la oímos distante, a lo lejos. Todos los que a esa hora se hayan despiertos, la escuchan. Que es bien conocido su traca, taca, tarata. La carreta sin bueyes, Santo Dios. ¿Qué irá a pasar? Ahora anda por la ciudad de Alajuela. ¿Qué desgracia se avecina? Todos lo comentan, todos hablan de ella, de esa carreta sin bueyes espanto de niños y terror de ancianas. Anoche pasó por casa comenta una. Y otra le dice que por su casa también. Porque como si fuera una sola casa toda la ciudad de Alajuela, a la misma hora, en el mismo instante, todos han escuchado su paso. Ese paso tan conocido y aterrador de la carreta sin bueyes. Fuentes:Elías Zeledón "Leyendas Costarricenses " Compilador. González Feo, Mario. "La carreta sin bueyes". Constantino Láscaris. La Carreta Costarricense, pp. 114-115. |
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