La presión arterial alta afecta a un porcentaje importante de la población adulta, y en menor proporción a  los niños y adolescentes. Se conocen varios factores y condiciones que producen esta enfermedad como la vida sedentaria, estrés, tabaquismo,  vejez, trastornos en los lípidos o grasas circulantes en la sangre (principalmente aumento del colesterol LDL o “malo” o descenso del colesterol HDL o “bueno” o ambas cosas), herencia y la diabetes mellitus principalmente.

Habitualmente actúan dos o más factores conjuntamente. El denominador común es el daño a las arterias o vasos que llevan la sangre desde el corazón a todo el cuerpo, lo que se conoce como ateroesclerosis que consiste en la disminución del calibre de los vasos por engrosamiento de su revestimiento interno o Capa Íntima en la cual se depositan las grasas, principalmente el exceso de colesterol. Además, la capa media o muscular que produce la contracción para dar el pulso o empuje que mueve a la sangre, se engruesa por aumento de las fibras musculares. La sangre no circula con facilidad, hay obstrucción a su paso y sube la presión arterial, llamada Diastólica. El corazón responde con latidos más enérgicos elevando la presión llamada Sistólica, y esta lucha constante hace que aumente de tamaño, por crecimiento de sus fibras musculares, produciéndose la Hipertrofia Cardiaca y con el paso del tiempo llega a fallar dando lugar a la insuficiencia cardíaca. El daño ocurre en todas las arterias del cuerpo, medianas y gruesas.

En el diabético, el aumento del azúcar circulante en la sangre, produce además una enfermedad de la Capa Íntima, conocida como Microangiopatía Diabética que afecta desde los capilares sanguíneos o vasos microscópicos hasta las arterias grandes como la aorta. El resultado final es una  alteración de la nutrición de los órganos irrigados por